El iceberg más grande del mundo se detuvo en un paraíso natural
En las próximas semanas, los satélites podrían captar un resplandor verdoso en torno al gigante de hielo, una evidencia de que el mar comenzó a incorporar sus nutrientes.

El gigantesco A23a, una de las formaciones de hielo más imponentes registradas, se encalló en las aguas poco profundas cercanas a Georgia del Sur, una isla remota donde conviven millones de pingüinos y focas.
Esta mole flotante, que cubre aproximadamente 3.234 km²—equivalente a casi la mitad de la superficie de Barcelona—, llegó a su destino tras un extenso recorrido por el océano Austral.
Los especialistas prevén que el bloque de hielo empiece a fracturarse en la costa suroccidental de la isla. Sin embargo, su presencia no pasa desapercibida: el desprendimiento de fragmentos podría dificultar la navegación y afectar a las colonias de pingüinos macaroni, que dependen de estas aguas para su sustento.
Más allá de los riesgos inmediatos, la llegada del A23a podría generar un efecto positivo en el entorno marino. Su deshielo liberará un caudal de nutrientes que estimulará el crecimiento del fitoplancton, un eslabón esencial en la cadena alimenticia oceánica.
El recorrido del iceberg
El A23a inició su viaje en 1986, cuando se separó de la plataforma de hielo Filchner-Ronne. Durante décadas, permaneció atrapado en una corriente oceánica hasta que, en diciembre pasado, finalmente reanudó su desplazamiento.
Desde entonces, cruzó el corredor conocido como “callejón de los icebergs” donde resistió a temperaturas más cálidas sin desintegrarse del todo. En febrero, alcanzó velocidades de hasta 30 km diarios antes de quedar atrapado en el lecho marino, a unos 80 km de la costa de Georgia del Sur. A lo largo de su travesía, su extensión se redujo desde los 3.900 km² originales.
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