La Sexión: ¿Por qué cuesta tanto vincularse con varones últimamente (soy mujer hetero)? Heteropesimismo y Heterofatalismo
La Lic. Noelia Benedetto analiza un fenómeno recurrente en las personas socializadas mujeres y su forma de relacionarse con los socializados varones.

“Ya ni ganas de conocer hombres tengo”, “Siento que están emocionalmente no disponibles”, “Pareciera que querer un vínculo sano con un varón heterosexual es un aborto a la naturaleza”.
Estas frases se repiten cada vez más en redes, en consultorios, en conversaciones. Lo que antes se nombraba como “mala suerte en el amor”, hoy empieza a reconocerse como un fenómeno social más amplio: heteropesimismo y heterofatalismo. ¿Cómo seguir deseando a los varones sin resignar salud mental, autonomía y placer?
El agotamiento de ser mujer hetero hoy
Las mujeres heterosexuales de hoy viven en una tensión constante: por un lado, crecieron en una cultura que las formateó para desear, cuidar y sostener vínculos con varones; por otro, esa misma cultura empieza a ser cuestionada por sus efectos: dependencia emocional, desbalance en el reparto de tareas, carencia de ética afectiva e incluso violencia psicológica o simbólica naturalizada.
Este malestar tiene nombre y cuerpo. Es la fatiga de sostener vínculos donde el trabajo emocional recae siempre en una sola parte. Donde se espera que las mujeres traduzcan, interpreten, contengan y regulen, mientras muchos varones permanecen encapsulados en el hermetismo emocional que se les inculcó como coraza.
En el consultorio se vuelve cotidiano escuchar frases como:
“No quiero maternar a nadie más. Siento que tengo que explicarle todo, desde cómo comunicar hasta cómo vincularse con respeto. Cada intento amoroso me deja más agotada”
No se trata de falta de amor, sino de fatiga estructural. Una saturación ante vínculos que demandan tanto trabajo pedagógico que dejan poco espacio para el erotismo, la complicidad o la reciprocidad.
Qué es el heteropesimismo
Asa Seresin (2019), lo define como “desafiliaciones performativas con la heterosexualidad, expresadas normalmente en forma de arrepentimiento, vergüenza o desesperanza por la experiencia heterosexual”. Es el descontento emocional que las personas heterosexuales sienten por la heterosexualidad misma, sin poder o querer renunciar a ella, es la sensación de que ser hetero no da satisfacción, pero tampoco parece haber alternativa viable. OJO! Heteropesimismo no equivale a “anti-hombre”; tampoco a querer abandonar necesariamente la heterosexualidad, sino más bien a experimentar una tensión.
En el caso de muchas mujeres, se traduce en frases como: “Los hombres me decepcionan, pero sigo vinculándome con ellos. Me gustaría desear otra cosa, pero no puedo”.
Este fenómeno mezcla lucidez y frustración. Las mujeres identifican con claridad las desigualdades estructurales del sistema sexo-género, pero esa conciencia no siempre alivia el deseo, ni evita el sufrimiento cuando la experiencia amorosa repite los patrones de siempre. El heteropesimismo no es simple misandria o desconfianza hacia los varones; es un síntoma de una época donde la heterosexualidad se volvió un campo de conflicto interno: entre lo que se desea y lo que se sabe y lo que la conciencia advierte.
El heterofatalismo: el desencanto como destino
Junto al heteropesimismo aparece el heterofatalismo, una especie de resignación: la idea de que las relaciones heterosexuales están inevitablemente destinadas al fracaso. Es la aceptación de que “esto es lo que hay”, “esto es lo que se puede conseguir”, “no llegará uno mejor”.
El heterofatalismo no implica odiar a los varones, sino asumir con cierta resignación que no se puede esperar mucho más de algunos de ellos, o que el vínculo heterosexual será siempre desigual. Se trata de una forma de defensa psíquica: ironizar lo que duele, reír para no llorar. Pero también puede convertirse en una trampa, porque al naturalizar el desencanto se reduce la posibilidad de imaginar otras formas de vincularse o exigir transformaciones reales.
La masculinidad en crisis (y su impacto en el deseo)
Hablar de heteropesimismo también implica mirar el otro lado del espejo: la crisis de la masculinidad. Muchos varones se sienten desorientados ante los cambios sociales. Algunos experimentan culpa, otros resistencia, otros desconcierto frente a la expectativa de ser “nuevos hombres”, más sensibles, empáticos.
Sin embargo, el tránsito hacia masculinidades más igualitarias y vulnerables es lento y conflictivo. Persisten resistencias culturales que asocian la emocionalidad con debilidad, el poder con control, y el deseo con dominio. El resultado es una disonancia afectiva: muchas mujeres buscan relaciones horizontales, mientras muchos varones aún operan con un software vertical que no aprendieron (ni quisieron) actualizar.
El deseo femenino se apaga no tanto por falta de libido, sino por falta de conexión emocional, por carga mental, por sentirse no registradas o poco elegidas. En cambio, el deseo masculino suele mantenerse activo incluso en vínculos poco empáticos, lo que evidencia diferencias estructurales en el modo de erotizarse y vincularse.
El amor romántico como maquinaria de sufrimiento
El heteropesimismo también es hijo de una pedagogía amorosa desigual. Desde pequeñas, las socializadas mujeres aprenden que el amor todo lo puede, que su valor pasa por ser elegidas, que deben adaptarse, esperar, sostener. Los socializados varones, en cambio, son educados para la conquista, el control y la independencia afectiva. Esa asimetría produce el guion clásico: mujeres que aman de más (que sufren por amor) y varones que aman de menos. Pero cuando la conciencia de esto irrumpe, ese guion se vuelve insoportable. Las mujeres ya no quieren ser las terapeutas o centros de rehabilitación de sus parejas, ni confundir violencia con pasión, ni placer con entrega absoluta. Sin embargo, el deseo no se actualiza tan rápido como las ideas. El cuerpo sigue deseando dentro de los moldes aprendidos. Y esa brecha entre lo que se sabe y lo que se siente genera culpa, confusión y frustración. Hay que reconocer que el problema no está en el deseo, sino en las condiciones estructurales que lo moldean.
La paradoja del deseo: saber no siempre libera
Saber de género, de feminismos, reconocer violencias simbólicas, no necesariamente inmuniza del malestar amoroso. De hecho, muchas mujeres que trabajan con perspectiva de género confiesan sentirse aún más atrapadas en el heteropesimismo, porque ya no pueden “desver” las desigualdades, pero tampoco logran desvincularse del deseo heterosexual. Esta tensión puede producir vergüenza: sentirse “feminista pero hetero”, “deconstruida pero enamorada de un machirulo”, “empoderada pero vulnerable ante el rechazo masculino”. El desafío no es eliminar el deseo, sino reconfigurarlo, sacarlo del molde del sacrificio y del sometimiento, para construir formas de erotismo más simétricas y sostenibles.
Entre el desencanto y la esperanza
Existen varones que se interpelan, que aprenden a vincularse desde la vulnerabilidad y el consentimiento. Pero no son mayoría, y eso explica gran parte del desánimo colectivo. La clave, quizás, está en no romantizar la espera de “hombres nuevos”, sino en apostar a vínculos más horizontales en el presente, con quienes estén dispuestos a revisar sus privilegios, aunque sea de manera imperfecta.
El problema no es “no haber encontrado al indicado”, sino un sistema que forma a los varones para no saber amar y a las mujeres para soportar ese no saber.
Reapropiarse del deseo
Frente al heteropesimismo, una de las tareas más emancipadoras es reapropiarse del deseo. Eso implica descentrarlo del varón y de la validación masculina. Ser hetero no debería significar vivir en deuda con el amor ni negociar permanentemente los propios límites. Hay deseo hetero posible, pero requiere autonomía erótica, negociación y reciprocidad. La pregunta no es solo “por qué cuesta tanto vincularse con varones”. Tal vez el desafío no sea dejar de ser hetero, sino dejar de serlo en los términos del patriarcado. El objetivo no es convencer a nadie de “seguir creyendo en los hombres”, sino ayudar a discernir qué tipo de vínculos valen la pena y cuáles reproducen dinámicas de poder destructivas.
Hacia una heterosexualidad crítica: heterorealismo
Imaginemos una heterosexualidad crítica: aquella que no idealiza a los varones, pero tampoco los demoniza; que reconoce las desigualdades sin perder el deseo; que no confunde amor con pedagogía. No es “no quiero nada con varones” sino “no quiero cualquier vínculo con varones”.
Tal vez el paso siguiente sea un heterorealismo: aceptar que la heterosexualidad puede ser un campo de tensiones, pero también de posibilidades; que el desencanto no tiene por qué devenir en cinismo, sino en criterio; que el placer y el respeto no deberían ser excepciones, sino el Mínimo, Vital e INmóvil.
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