La Sexión: “Con mi amigo pasamos de ser hermanos a extraños”

La Lic. Noelia Benedetto abre la cajita de preguntas y responde una duda sobre la amistad: ¿cómo se le llama a cuando te deja una amistad?.

En terapia escucho muchas veces: “ya no hablamos como antes”, “siento que prefiere a otras amistades”, “no sé qué hice mal”, “antes me contaba todo y ahora no”. Son frases que llegan teñidas de vergüenza, como si dolerse por una amistad fuera inmaduro o ridículo.
Pero no lo es. Lo que pasa es que no tenemos un relato para ese tipo de pérdida. No hay palabra que la nombre. Si alguien nos deja en el amor romántico, decimos “ruptura”, “separación”, “duelo”. Pero ¿cómo se le llama a cuando te deja una amistad?

Los duelos invisibles que no tienen nombre

Hay duelos que se nombran sin pudor: el fin de una pareja, una pérdida familiar, un trabajo que se termina. Pero hay otros que se viven en silencio, sin rito, sin reconocimiento. Duelo sin flores ni pésames. De esos que se esconden en las conversaciones porque “no da tanto”, porque “eran solo amigos”, porque “la vida sigue”. Y sin embargo, hay despedidas que duelen más que cualquier ruptura amorosa.

No todos los duelos son visibles. Algunas pérdidas dejan marcas profundas en la vida emocional. Entre ellas, las rupturas amistosas: esos finales de relaciones afectivas que se suponían incondicionales.

En una cultura que sobrevalora el amor romántico, los duelos por las amistades siguen siendo dolores de segunda categoría, sin rituales, sin legitimidad y, muchas veces, sin palabras. Pero el entorno no lo entiende. Pocas veces alguien ofrece su hombro, o pregunta cómo estás llevando “eso”.

La amistad como identidad

Las amistades no son vínculos “menores”. Son relaciones que cumplen una función vital en el sostén emocional. Cuando una amistad importante se termina, algo de la identidad tambalea. Porque no solo perdemos a la otra persona, también perdemos la versión de nosotras que existía en ese vínculo. La mirada de una amistad funciona como espejo, como testigo. Por eso, cuando se va, puede aparecer una sensación de vacío, desorientación o incluso de perder cierta esencia.

Cuando la red se corta, el duelo que se desata no tiene nombre ni espacio simbólico para tramitarse.

Silencios que duelen más que las palabras

A veces las amistades no se rompen con una pelea, sino con un silencio, con un mensaje que no llega, con la ausencia sostenida. Y ese tipo de ruptura duele de un modo particularmente cruel porque deja todo abierto: no hay cierre, no hay palabra final. En el silencio absoluto no hay insulto ni discusión, pero sí un retiro emocional que desactiva la posibilidad de elaborar lo que pasó. La otra persona deja de responder, y la que queda se enfrenta a lo imposible: seguir queriendo sin interlocutor.

En consulta, no es extraño que este tipo de duelos se vivan con culpa y rumiación: “¿qué hice mal?”, “debe ser algo en mí”, “¿por qué se alejó?”, “¿cómo no lo vi venir?”. Pero el silencio también habla de una dificultad colectiva para gestionar el conflicto: nos cuesta enojarnos sin sentir culpa o miedo a perder el vínculo. En una sociedad que nos enseña a ser no confrontativos y a esquivar las conversaciones incómodas, muchas veces la desaparición se vuelve el modo más “aceptable” de alejarse.

La dificultad del doler

Hay una dificultad social para validar la vulnerabilidad cuando no está asociada al amor romántico. Nos educaron para creer que el amor verdadero se mide por intensidad sexual, por convivencia o por exclusividad. Las amistades, en cambio, deberían ser serenas, complementarias, accesorias.

Cuando una amistad se rompe, no solo duele la pérdida, también la falta de legitimidad del dolor. Como señala la filósofa Sara Ahmed, las emociones no son solo privadas: están reguladas por normas culturales que indican qué sentimientos “importan” y cuáles deben reprimirse. En este caso, el duelo amistoso queda fuera de las emociones autorizadas.

Muchas personas viven esta pérdida en silencio, con una sensación de vergüenza o ridículo por extrañar o pensar “demasiado”. Pero doler por una amistad no es una inmadurez afectiva: es reconocer la profundidad de un vínculo que desafía la jerarquía emocional del amor romántico.

Reivindicar la importancia de los lazos no románticos en nuestra salud mental y emocional. Reconocer la amistad como una forma de amor implica ampliar el mapa de lo que entendemos por vínculo.

Cuando la amistad fue dañina

No todas las rupturas son injustas o traicioneras; a veces nos dejan o las dejamos porque eran relaciones que dañaban. Si la amistad implicaba abuso emocional, control, manipulación, daños a repetición (el famoso “soy esto”), la separación puede ser necesaria y saludable. En estos casos el duelo a veces coexiste con la sensación de alivio. Reconocer esa ambivalencia es central para la salud mental.

El trabajo del duelo y el derecho a la palabra

Como cualquier pérdida significativa, la ruptura de una amistad necesita espacio psíquico y simbólico para elaborarse. Negarlo o minimizarlo solo profundiza la herida. El objetivo no es olvidar, sino dar sentido. Como todo duelo, este implica aceptar que la otra persona ya no está, pero que lo vivido sí existió y fue valioso.

Reconocer el duelo amistoso no es fomentar el apego al pasado, sino validar la experiencia afectiva en todas sus formas. Porque solo cuando el dolor tiene permiso para ser nombrado, puede empezar a transformarse.

La amistad también duele. Y asumirlo no es un signo de debilidad, sino una forma realista de seguir creyendo y apostando a los vínculos.

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Los titulares se desprenden de las consultas textuales que propone la audiencia en @lic.noeliabenedetto. Este espacio informativo no suplanta a una consulta con un/a profesional de la salud.

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